‘Espacios Seguros’: dos palabras que lo cambian todo
En tiempos de coronavirus, ‘Espacios Seguros’ abre puertas en vez de cerrarlas, tal y como sucede desde inicios de año en seis comunidades josefinas donde Unicef, el departamento de Estado de EE.UU, el Pani y Migración concentran sus esfuerzos. En Casa Ilori, el programa traza nuevos horizontes educativos, afectivos y recreativos para niños, niñas y adolescentes de La Carpio
Texto: María Montero Z.
Fotos: Priscilla Mora F.
No todos los chiquillos están juntos, pero todos están ocupados: unos hacen manualidades mientras conversan, otros mastican el repollo de una empanada recién hecha, y algunos más, con cuadernos bajo el brazo, salen de un aula para entrar en otra. Las actividades básicas de ‘Espacios Seguros’ –estudiar y socializar– saltan a la vista, pero de todos modos la agenda de Casa Ilori no es muy diferente, pues durante la semana unos 200 niños, niñas y adolescentes de La Carpio también gravitan alrededor de los juegos, los libros y las meriendas.
Con 15 años de ser una vecina más de esta comunidad –una de las más marginadas y densamente pobladas de San José–, Casa Ilori promueve el bienestar integral de los y las menores de La Carpio, sin importar su nacionalidad o procedencia, y pese a cualquier obstáculo, carencia o vaivén migratorio. El proyecto se fue construyendo poco a poco, hasta transformarse en una alta galería con salones en el segundo piso y un patio central rodeado aulas, murales multicolores, mesas de trabajo, vitrales y plantas.
A principios del 2021, cuando ‘Espacios Seguros’ (ES) buscaba zonas con alta concentración de niñez migrante para desplegar sus objetivos de cohesión e integración social, Casa Ilori se convirtió en uno de sus destinos. Al mismo tiempo, el programa se instalaba en otras cinco comunidades josefinas –Tibás, Pavas, Los Guido, Turrubares y Hatillo–, impulsado por el Patronato Nacional de la Infancia (Pani), la Dirección de Migración, la Oficina de Población, Refugiados y Migración del Departamento de Estado de los EE.UU y Unicef.
“Cuando se propuso que Casa Ilori fuera el sitio físico para acoger la propuesta de Espacios Seguros, Unicef impulsó su arranque con un aporte en materiales didácticos”, relata Ercy Méndez, directora de la Casa, estandarte de la Fundación Bien de Mujer. “Nuestro compromiso es atender la mayor cantidad posible de niños y niñas, no exclusivamente, pero si principalmente a quienes están en situación migratoria irregular, con el fin de conectarlos con el proceso de regularización que se está desarrollando en el país”, acota, refiriéndose a los esfuerzos institucionales por dotar a los y las estudiantes de una cédula o Dimex (Documento de identidad migratorio para extranjeros).
Hace tres meses, 25 menores empezaron a visitar Casa Ilori como parte del programa ES y, desde entonces, acuden una vez por semana durante dos horas –a veces más– a estudiar, comer, hablar, relajarse y jugar con sus pares. Distribuidos en dos grupos (de primero a tercer grado, y de cuarto a sexto), grandes y pequeños no suelen coincidir en las actividades, pero el impacto es radical para unos y otros. Al sacarlos de la invisibilidad en la que suelen permanecer, especialmente cuando se trata de niños y niñas migrantes, el ‘sistema’ restituye algunos de sus derechos fundamentales, como el derecho a la educación y a la identidad.
Arinson, de 16 años, y Ashley, de 12, van y vienen alrededor de una mesa llena de hilos y avalorios, en la que otros niños y niñas fabrican pulseras. Arinson cuenta que solía ser una excelente estudiante, pero que una vez que llegó a Costa Rica –hace tres años–, tuvo que suspender el colegio, no solo por su falta de papeles sino por la difícil situación económica de su familia. Ashley, por su parte, se prepara para hacer el examen de admisión en el colegio técnico de la comunidad. Ambas son tutoras –bautizadas por el programa como ‘Hermano-Hermana Mayor’– y su misión es asistir académicamente a otros como ellas, aunque ellas mismas han encontrado apoyos de todo tipo en Casa Ilori.
“Con ocasión de la Pandemia, uno de los derechos que se ha visto más afectado, es precisamente el derecho a la educación”, explica la ministra de la Niñez y Adolescencia, Gladys Jiménez. “En estos Espacios Seguros, maestros y maestras pensionados o estudiantes avanzados están trabajando con los niños, niñas y adolescentes para evitar la deserción escolar y el rezago educativo. Es vital contar con estos espacios para potenciar el desarrollo integral de la infancia y juventud, y es por eso que lo impulsamos desde las comunidades y los subsistemas locales de protección”.
El valor del espacio
Aunque el programa tiene escasos tres meses, la iniciativa ha movilizado a un pequeño ejército de adolescentes ‘tutores’ y mamás voluntarias de La Carpio, que acuden a las sesiones a estudiar, conversar o dar seguimiento. “Espacios Seguros sirve para que los chicos se sientan protegidos y acompañados. En la comunidad, algunos pasan por situaciones muy duras”, advierte María Fernanda Ortiz, mamá, líder de la comunidad y coordinadora de ES en Casa Ilori. “Damos acompañamiento emocional y educativo. Tenemos una chica de 12 años que está en sexto grado, pero que ve materia de primero, con un largo expediente académico. Se siente como que ella guarda un enorme sufrimiento”.
Aunque está claro que las mamás no son maestras, María Fernanda explica que su labor no es muy distinta de la de cualquier mamá que se sienta a repasar con sus hijos e hijas. “Eso sí, los profes nos orientan en muchas cosas, evalúan a los chicos, nos dan material”, puntualiza, aludiendo a los profesionales que trabajan en Casa Ilori, y que habitualmente imparten clases de español y matemáticas.
Betsabé Mejía descubrió el programa a través de una publicación de Facebook. De sus tres hijos, solo el mayor podía aplicar al programa, y así fue como Dariel, de 9 años, terminó en ‘Espacios Seguros’. “He tenido problemas para regularizar la situación de él, aunque ya llevamos 6 años viviendo aquí”, cuenta Betsabé. “Vinimos para que nos ayudaran con eso, pero luego nos dimos cuenta de que era mucho más. Me he sentido muy tranquila y contenta de ver a Dariel tan motivado con sus clases, porque después de que apareció el virus, él fue bajando notas y como que se le fue olvidando lo que había aprendido”.
Apenas traspasan el portón de entrada, lo primero que hacen los menores es sentarse a comer y, antes de irse, se llevan una pequeña merienda, que puede ser una galleta, una bolsita de cereal o una empanada. De hecho, la merienda siempre es ‘viral’: meriendan los niños, las mamás, los adolescentes y hasta las visitas. Mientras haya movimiento en Casa Ilori, la cocina nunca cierra.
“Los ES son la oportunidad de conectar a la infancia en situación vulnerable con el Estado, para acoger verdaderamente a la niñez y juventud local y migrante, especialmente a los que sufren violencia y abuso”, asegura Rosibel Vargas, de la Dirección General de Migración. “Se trata de promover una verdadera inclusión de los menores en las comunidades de acogida, y de que se respeten sus derechos humanos”.
Reportaje por Colectivo Nómada
Cliente: UNICEF Costa Rica